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004-SOBRE LIBROS, RUINAS Y VIAJES

Lunes 25 Septiembre 2000 22:32    16KB

De: Estrella Cardona Gamio

A: ADOLF

Hola Adolf:

¿Sabes?, cuando yo era pequeña me crié entre libros, repartidos en dos bibliotecas: la de mi tío Miguel y la de mi padre. Y digo bien primero la de mi tío porque de ambas era la más divertida al estar toda llena de novelas y libros de aventuras, claro que también tenía obras "serias", y gruesos volúmenes de textos profesionales, que, la verdad, no me seducían absolutamente nada. La biblioteca de papá abundaba en libros de historia de todas las épocas, libros científicos, y, creo recordar que tres novelas, si llegaba, Kazán perro lobo, Bari, hijo de Kazán, y una cosa delgada y pequeñaja titulada algo así como "Aventuras de LA SOMBRA" y que no pertenecía, precisamente a lo mejor de la literatura universal, pero como salía un tal Inspector Cardona, a mi padre le hacía gracia.

Cuando era muy pequeña, me limitaba a contemplar las "estampitas" de los libros y ese debió ser entonces el comienzo de mi afición por el arte ya que todo eran reproducciones de cuadros famosos -léase escenas históricas- o bien de esculturas -retratos históricos-, eso en la biblioteca de papá, en la de mi tío no es que no salieran cuadros o esculturas, pero menos, sino que a más a más, las novelas, novelas antiguas en su mayoría, estaban maravillosamente ilustradas por verdaderos artistas, y a mí me gustaba contemplar todo aquello, porque aunque no sabía leer, contaba tres, cuatro años, no me faltaban un padre o un tío que respondiesen de muy buena gana a mis preguntas. Luego aprendí y me fui enterando, por mi misma, de quiénes eran el resto de todas aquellas personas pintadas, o en estatua -biblioteca de papá-, y a los seis años sabía más de historia antigua, que, incluso, algunas personas mayores. Mesopotamia y Egipto me resultaban de lo más familiar, y la visión de las constantes ruinas, el Partenón, el Coliseo romano, Pompeya, Karnak y Luxor, eran como mi segunda casa.

Tu dirás que debía ser "la repelente niña Vicente", especie de monstruito sabihondo, y efectivamente, no te engañas; menos a mi familia, a los otros papás, mamás y tíos diversos de niños ajenos, yo les resultaba una criatura estomagante, muchos años después me di cuenta de ello, pero entonces no, claro, y al ser, por aquellas fechas, hija y sobrina única, en fin...

No hace mucho te contaba que mi bisabuelo paterno había sido arqueólogo aficionado y eso se debió trasmitir genéticamente porque a mi padre le encantaban los libros acerca de la prehistoria -y otros vestigios y ruinas varias-, era un experto en "homos" antiguos, de Neandertal, de Cromagnon, etc., y soñaba también con la mítica Tartessos, mucho menos lejana, no obstante que el hombre de la Edad de Piedra. Papá hablaba de dólmenes como si los hubiera construido él mismo, y la cultura del vaso campaniforme le traía de cabeza, todo eso dentro del mundo y la época poco amable que le tocó en suerte vivir. Mi tío, en cambio, flotaba por otros parajes mucho más animados, llenos de piratas -Rafael Sabatini, Emilio Salgari-, damas reencarnadas, era fan de H. Ridder Haggard, o sea, el autor de Las Minas del Rey Salomón, y de Julio Verne, Marck Twain, Jack London, etc., etc., etc., y a mí me compraba montones de libros de cuentos, que contribuyeron a llenarme la cabeza de pájaros, cosa que a papá no le gustaba nada. Aunque tampoco se podía quejar, la verdad, su niña se sabía de carrerilla la lista de los reyes asirios y babilonios; proeza digna de tenerse en cuenta.

Muchos de los libros que papá adquirió durante mi infancia, fueron por fascículos, que a veces, tristemente, se quedaban a mitad por que las editoriales se iban a pique, y así muchas colecciones nunca se completaron, pero no todas. Teníamos LAS MIL FIGURAS DE LA HISTORIA, en donde yo descubrí retratos ilustres de toda laya, entre héroes, guerreros, monarcas, políticos, hombres de ciencia, aventureros, y, no iban a faltar, escritores, que, no sé por qué, me llamaban mucho la atención, ya que siempre les veía con un libro en la mano, un papel, o una pluma de ave a punto de escribir.

Papá me hablaba de la formación del mundo a su modo científico -era químico-, pero luego me mostraba el famoso encuentro de Adán con su Creador, esas dos manos que se unen sobre el vacío, obra de Miguel Ángel, y decía que era una escena sublime y que me fijase en lo bien dibujada y pintada que estaba. Asimismo, en otros momentos, me contaba sobre los dinosaurios, muchísimo antes de que Spielberg los reactualizara, y acerca de otras cosas, siempre interesantes y eruditas, pero mi tío me traía esos libros preciosos que hacían soñar, y si no, iba yo a su casa y le revolvía las estanterías hasta dar con lo que buscaba: los libros de viajes; por ahí si que me he internado en innumerables ocasiones.

Aquellos libros se perdieron hace mucho, o desaparecieron, el caso es que transcurridos los años, fallecido su dueño, los libros, uno tras otro, fuéronse esfumando hasta no ser más que un recuerdo fantasmal en el piso que después habitarían ya otras gentes y al que nunca más he podido regresar porque se quedó demasiado lejos en el tiempo.

Mis primeros viajes, como te iba diciendo, tuvieron lugar a través de los libros, y, más que nada, de los grabados y dibujos, mejor que fotos. Eran volúmenes antiguos, todo resultaba antiguo en la biblioteca de mi tío Miguel, libros viejos, algunos con polvo incrustado, de tapas en cartoné y tela roja con letras de oro deslucido -que, en ciertos casos se repetía en el borde de las páginas-, otros en cambio estaban encuadernados en no sé qué de color marfil y rugoso al tacto, concretamente dos tomos, uno LAS AVENTURAS DE ROBINSON CRUSOE y el otro PABLO Y VIRGINIA, es decir, naturaleza por todas partes y unos grabados exquisitos. Yo, que era niña urbana, descubrí los grandes espacios abiertos, y las selvas, mediante esos dibujos, antes de que el cine me los mostrara con las aventuras de Tarzán, entonces, cuando los estudios de Hollywood no salían de sus recintos ya que incluso al mar lo tenían enjaulado en estanques enormes.

Fue, creo recordarlo así, alrededor de los años 50, cuando se inició la gran revolución cinematográfica en Los Ángeles, con la desbandada general de actores y directores que deseaban ser independientes y conocer, y realizarse, otros países, pero... se está haciendo tarde y ya me he extendido demasiado, supongo que una cosa lleva a otra y al final siempre se acaba divagando; por hoy lo dejo aquí.

Hasta la próxima.

Estrella

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