EL
HORROR EN LOS CUENTOS INFANTILES |
Hace
un par o tres de años, más o menos, se descubrió
que los Hermanos Grimm habían "censurado"
Blancanieves y los 7 enanitos al convertir a la madre de la
protagonista, aquella que mientras borda ve caer la nieve
por el ventanal, en madrastra, porque desde luego no estaba
nada bien visto, y sigue sin estarlo, que una madre pretenda
eliminar a su hija, en el caso del cuento con la reincidencia
de varios intentos seguidos, para los que no lo sepan: peineta
envenenada, corpiño demasiado apretado, y, cómo
no, la famosa manzana.
Al tratarse de un cuento infantil
se desató una polémica bizantina al respecto,
que por suerte para los Grimm no les llevó a los tribunales
por razones fáciles de comprender.
La polémica amparábase
en que se había tergiversado el cuento, es decir, en
que se nos había estafado silenciando la verdad, como
si semejante verdad fuera pregonable y digna de ser tenida
en consideración. Claro que no es la primera vez que
se tacha de "blandos" a los Hermanos Grimm; ellos
indultan a Caperucita Roja adaptándola, cosa que Perrault
no hace y eso que Charles Perrault a su vez "censuró"
totalmente el cuento que en su origen era mucho más
fuerte que la segunda parte de El silencio de los corderos,
lo que ya es decir tratándose de un cuento infantil...
Infantil no sé hasta que punto, la verdad, porque originariamente
la relación del lobo con la niña encerraba connotaciones
de pedofilia, si vemos en el lobo a un adulto disfrazado,
que tal era la idea, y para más inri, todo concluye
en un banquete perverso que tiene a la abuela como plato principal
degustado entre ambos en buen amor y compañía.
En los cuentos infantiles que
leemos a nuestros hijos cuando son pequeños, porque
al crecer ellos se buscan sus propias lecturas, se esconden
historias horripilantes que estremecen a poco que indaguemos
y lo que sorprende es que nadie lo advierta aunque se capten
señales delatoras.
Por ejemplo, Piel de Asno es
un "inocente" cuentecito que trata del asedio incestuoso
de un padre hacia su hija, La Bella del Bosque Durmiente,
título real de La bella durmiente, es ni más
ni menos que la historia de una violación ya que el
original hablaba de que el príncipe encontró
a la joven dormida y la violó, abandonándola
luego a su suerte. Barba Azul nos relata los manejos de un
perfecto asesino en serie, y el canibalismo campa por sus
respetos tanto en Pulgarcito como en Hansel y Gretel, poniendo
además de relieve en ambos cuentos el abandono criminal
de unos padres que los echan al bosque para que se busquen
la vida, actitudes que luego se suavizarán en otras
versiones al mencionarnos a una malvada madrastra como inductora
y a un padre débil y manejable.
Los tres cerditos tienen, como
muestra de justicia, connotaciones poco recomendables con
el fin en la olla hirviente del famélico lobo, y por
lo que hace a Ricitos de Oro y los tres osos la auténtica
versión no tenía nada de ingenua.
El cuento de Repunzel tampoco
es, por su temática que sin decir nada claro insinúa
muchas cosas, muy apropiado para la mente infantil que puede
seguir tomando la crueldad como pauta al considerarla natural
por lo repetida.
Repunzel, prisionera en un
torreón sin puertas a merced de una bruja que la retiene
desde la infancia habiéndosela arrebatado previamente
a sus padres, conoce el amor de un príncipe que trepa
hasta su alcoba por medio de las trenzas que ella le arroja
como escalera y que descubierto por la bruja celosa, es arrojado
desde lo alto sobre una mata espinosa que le deja ciego y
condenado a errar por los caminos hasta que se encuentra a
Repunzel, madre de un niño, quien con sus lágrimas
le cura de la ceguera.
Casi todos los cuentos infantiles
tienen sus orígenes en historias, o leyendas, espeluznantes
y lo que resulta incomprensible es que hayan llegado hasta
nuestros días, mejor dicho, hayan resistido el paso
del tiempo, hasta llegar al día de hoy, por supuesto
convenientemente disfrazados, como si la esencia se quisiera
guardar en diferente envase.
Ese horror, sin embargo, disimulado
o no, curiosamente atrae a la chiquillería como la
miel a las moscas y esto me lleva a contar que en cierta ocasión
pude oír unas declaraciones televisivas en las cuales
la actriz Geraldine Chaplin, hija de Charlot, relataba como
su padre, a la hora de dormir, les escenificaba cuentos inventados
por él, de lo más pavoroso e incluso sádico
y que ellos, recordemos que Charlot tuvo muchos hijos con
su última esposa, no sólo se los pedían
sino que se lo pasaban en grande, muertos de miedo, escuchándole.
La atracción por los
cuentos siniestros perdura todavía en los adultos como
legado de nuestra infancia, de ahí los relatos de terror
de diferentes autores clásicos y que tanto nos gustan,
Poe, Maupassant, Bierce, Bécquer, entre otros muchos,
claro que estos son para mayores y lógicamente no aptos
para menores, pero la semilla se esconde desvergonzadamente
en los cuentos que o bien leímos o nos leyeron en la
niñez, y eso es lo que me maravilla, que nadie, en
otros tiempos, en otros siglos diría mejor, no se apercibiese
de las barbaridades que estaba poniendo al alcance de sus
pequeños oyentes. Obviamente se suponía que
eran cuentos educativos ya que a más horrores la conducta
futura se condicionaba y así se inspiraron en "héroes"
de muy dudosa reputación, damas sanguinarias, que pueden
encubrir a madres desnaturalizadas, o bien monstruos de la
catadura de un reprobable Gilles de Rais que ha dejado su
infernal recuerdo en la historia como individuo sin entrañas.
Yo he leído la traducción
inglesa de algunos cuentos escandinavos que no tienen desperdicio
ya que el cúmulo de salvajadas que en ellos se cometen
erizan los cabellos, y eso se les daba también de lectura
a los niños.
No entiendo el por qué
semejante fórmula fuese tan explotada, aunque, deteniéndonos
a reflexionar tal vez pueda agregársele otra explicación:
no está de más advertir a los niños de
los peligros que vayan a salirles al paso de la mano de muchas
personas que aparentando ser una cosa son todo lo contrario.
Ahora bien, la tradición
de sobrecoger con lecturas moralizantes, se convirtió
en norma sin ser cuestionada, y así nos encontramos
con un Hans Christian Andersen, la mayoría de cuyos
cuentos nunca he encontrado apropiados para niños,
a mí en la infancia me provocaban pesadillas, en los
cuales el sufrimiento sin redención de los personajes,
pocos se libraban, lo tenemos prolijamente descrito en El
patito feo, Los zapatitos rojos, La sirenita, La pequeña
cerillera, El soldadito de plomo, y un amplio etcétera
de relatos a cual más angustioso.
En la actualidad, estos cuentos
aterradores, y no me estoy refiriendo ahora precisamente a
los de Andersen, pueden encontrarse en la crónica de
sucesos diaria, pero en su auténtica versión
sin maquillar; es de suponer que el paso del tiempo los tamice
tanto que finalmente se conviertan a su vez en cuentos para
los niños de siglos futuros porque, desafortunadamente,
todas las épocas poseen su propia cantera.
© 2007 Estrella
Cardona Gamio
14.10.2007