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Mis libros en papel...

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Cerró el tintero, dejó la pluma en su lugar, contemplando con aire crítico las hojas escritas; faltaba por copiar el resto del cuento ya que no lo había terminado y el papel revelaba correcciones y manchas, pero se tranquilizó con el pensamiento de que no podía pedirse más a una persona como ella el primer día de estudio, al menos era de esperar que el caballero no fuese a regañarla por eso, luego se levantó para dirigirse a la salida no sabiendo en realidad que es lo que tenía que hacer a continuación. Al pasar frente a la puerta cerrada que daba acceso a la biblioteca, contempló el picaporte unos instantes, tentada de presionarlo y entrar apenas con una ligera llamada de advertencia, pero no lo hizo porque eso hubiera sido permitirse ciertas libertades que no estaba dispuesta a contraer, ya que a pesar de todo aquel deslumbramiento, no había perdido la cabeza sabiendo perfectamente cual era su lugar allí.

Contempló, durante unos instantes la puerta cerrada, y, con un suspiro, abandonó la salita bajando a la planta en busca de Otto, quien, después de todo, era la persona más indicada para anunciar a su amo que ya era hora de comer.

Y si, ciertamente, la comida se hallaba servida, pero ni rastro de servidumbre y no era cuestión de empezar a llamar a gritos al criado puesto que ya no estaba en una posada. Recordó que von Reisenbach le había dicho que encontraría al fámulo en los establos y hacia allá dirigió sus pasos, pero Otto siguió sin aparecer aunque le llamó repetidas veces puesto que la búsqueda la autorizaba a ello.

Regresó al pabellón algo preocupada y completamente irresoluta acerca de la postura que debía tomar, cuando vio que un chico bastante joven, más o menos de su edad y su estatura, salía por una de las puertas-ventana; tenía el cabello oscuro y una expresión bastante simplona en el rostro.

-Buenos días, señorita.

-Buenos días, ¿tú eres Otto?

-Sí, señorita.

-Es la hora de comer, ¿has ido a avisar ya al caballero von Reisenbach?

-De eso vengo, señorita, y el caballero me ha dicho que comáis vos tranquilamente sin esperarle...

-¿Sin esperarle?, ¿es que piensa comer más tarde?, ¿o es que se halla enfermo y no tiene hambre? –preguntó ella inquieta.

-No parecía enfermo, señorita, estaba trabajando y no quería interrumpir su tarea, eso es lo que me ha dicho, y añadió que se reunirá con vos en cuanto de por terminada su labor en el día de hoy.

-¿Nada más? –quiso saber ella profundamente decepcionada.

-Nada más.

Y eso fue todo.

Liesel comió sola y sin apetito. Había despachado a Otto para que no la sirviese ya que se hubiera encontrado muy incómoda atendida por el criado; su nueva condición era demasiado reciente y temía que, a pesar de que él no sabía nada de ella, su relación con auténticos señores le revelase la condición de Liesel. Un criado sirviendo a una criada, estaba segura que Otto se sentiría burlado.

Claro que debía empezar a acostumbrarse a su cambio de fortuna si no quería dejar en evidencia al caballero, quien con su mayor buena fe, la había elevado de categoría social de la mañana a la noche.

Después de comer sola, sola salió a pasear por los jardines que rodeaban el pabellón. Otto se había hecho invisible y ella volvió a identificarse con el personaje del relato que estaba copiando, y luego pensó con curiosidad si él no le habría dado ese libro de cuentos en el que se integraba aquel de una tal madame Leprince de Beaumont, para irla acostumbrando a su nueva y desconcertante existencia. Porque las clases superiores, estaba visto, ni vivían ni obraban como el pueblo llano; lo que la intrigaba es que fueran eso precisamente, la clase dirigente, con semejante conducta.

La noche anterior, ella no había podido conciliar el sueño hasta muy tarde, y cuando empezaba a dormirse, pudo escuchar en el silencio de la noche, como él abandonaba su dormitorio y comenzaba a caminar por el rellano cautelosamente, conducta que la hizo despejarse por completo y acelerar su corazón mientras los pasos avanzaban. Por la estrecha rendija de la puerta entreabierta pudo ver el resplandor del candelabro cual una luz fantasmagórica, una luz que se detuvo un segundo y luego las pisadas comenzaron a descender la escalera procurando hacer el menor ruido posible, lo que era difícil en aquel recinto silencioso. Después le oyó entrar en la biblioteca y aguardó, aguardó y aguardó a que regresara, pero fue en vano ya que finalmente el sueño pudo más, venciéndola.

¿Qué había esperado Liesel, pues era consciente de sus muchas limitaciones, de aquella primera noche?, probablemente ni ella misma lo supiese con exactitud o quisiera admitirlo claramente; tan joven y no maleada, sus vagos anhelos carecían de antecedentes experimentados con anterioridad, pero el magnetismo atractivo de Wilhelm von Reisenbach no podía tenerla indiferente ya que no dejaba de ser una muchacha sana y llena de ganas de vivir.

 

 

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