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Lo primero que sorprendió a la joven fue que el criado iba vestido muy formalmente, con sombrero y todo, como si estuviera dispuesto a desplazarse en el cabriolé para un largo viaje; llevaba capa y normalmente con la casaca bastaba.

-Señorita Liesel, me envía el caballero von Reisenbach para que os entregue esta carta.

Ella le miró sin comprender y cogió maquinalmente el pliego doblado que en manos de Otto no había peligro de ser curioseado.

Lo abrió, leyendo a continuación:

“Mi muy amada Liesel: Tengo que partir inesperadamente y en contra de mi voluntad. Alguien, enemigo mío sin duda, me ha denunciado al príncipe como conspirador a través de mi última obra, tildada de subversiva y revolucionaria, y he sido condenado al destierro, instalándoseme, de primera providencia, en la fortaleza de Wolkenbruch, por un tiempo indefinido hasta que se resuelva mi posterior destino.

Para tu consuelo te diré que no me han venido a aprehender como a un traidor, pues no lo soy; en un oficial muy formal y cortés ha recaído tan desagradable encargo, y gracias a la nobleza de su espíritu, pese a la premura del tiempo, puedo escribirte, así como dejar otra carta al duque, que tú le llevarás.

Querida niña, te ruego, pues, que recurras sin empacho a nuestro benefactor, su señoría el duque de Alt-burg, para que medie con su intercesión y desvanezca este malentendido que pone en entredicho mi honor. Esto me trae a la mente el recuerdo de lo que sucedió hace años cuando estuve a punto de ser desterrado por otra ignominiosa calumnia.

Liesel, amor mío, marcha ahora mismo al castillo, pues Otto viene conmigo, ya que me permiten disponer de un criado y se me ha hecho saber que podré contar con un par de aposentos en el torreón de poniente de la fortaleza y de disfrutar de entera libertad de movimientos por el recinto, lo que viene a indicarme que mi reclusión no será muy rigurosa y ello me permite concebir esperanzas... ”

Liesel no concluyó la misiva. Extrañamente serena contempló la cara rubicunda y bobalicona de Otto, y le ordeno secamente:

-¡Quítate la ropa!

-¿Cómo decís, señorita?

-Que te despojes de la capa, del traje y del calzado, ¡rápido!

-Pero...

-¿Me vas a obedecer o prefieres que le cuente al duque que te has negado a ello?

Otto la miró asustado.

Apenas quince minutos más tarde, Wilhelm von Reisenbach, vio como su criado, completamente embozado y con el sombrero calado hasta las orejas, avanzaba corriendo en dirección al carruaje en el que le habían hecho subir. El poeta se hallaba sentado en el interior del coche, y el oficial, encargado de llevarle el despacho con la orden de destierro, abrió bruscamente la portezuela del vehículo para que entrase Otto, quien se precipitó dentro como una bala, acurrucándose acto seguido en un rincón extremo del asiento en donde estaba Wilhelm.

El mensajero de la mala nueva, a quien parecía molestar bastante su ingrato cometido, cerró la portezuela, había permanecido fuera todo el rato, y montando de nuevo en su cabalgadura dio una orden al cochero, quien enseguida hostigó a los caballos poniéndose en marcha el vehículo, entonces el oficial se reunió con sus hombres, un pequeño destacamento que, en calidad de escolta, tenía la misión de conducir sin tropiezos a Wilhelm von Reisenbach hasta la fortaleza de Wolkenbruch.

El caballero se volvió hacia su criado con expresión ansiosa:

-¿Le diste mi carta a la señorita Liesel?, ¿qué dijo, se asustó, rompió en sollozos?

Entonces tuvo lugar el lance más asombroso que le había acaecido en toda su vida a Wilhelm von Reisenbach; Otto le echó los brazos al cuello y le besó, pero al hacerlo, cayó el sombrero que le cubría la cabeza, descubriendo un inconfundible cabello castaño, en esta ocasión apresuradamente trasquilado por mano inexperta.

-¡Liesel! –exclamó atónito, sin dar crédito a lo que veía.

-¡Chissst, callad, no habléis –ella posó con ternura el índice sobre los labios de él-, ya no soy Liesel; de ahora en adelante soy vuestro criado Otto, no lo olvidéis, señor!

Wilhelm sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, y abrazando conmovido a la muchacha, sólo pudo decir en un susurro:

-Amor mío, amor mío...

 

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