Siguieron
unos días de tranquilidad en los cuales
no sucedió nada que tuviera especial
relevancia; la muchacha limitábase
a realizar las tareas que ella misma
se había impuesto aguardando paciente
a que Dorigny la invitara a posar
mientras se suponía que la carta efectuaba
su recorrido de un estado al otro.
Intentó
congraciarse con Antoine, que la miraba
como el diablo a la cruz, pero fracasó
incluso en el diálogo, ya que aunque
el criado conocía algunas palabras
de alemán, las justas, eso sí, no
le apetecía intercambiarlas con ella,
por lo cual Liesel tuvo que limitarse
a la comunicación por medio de gestos
o a través de Philippe-Lucien, quien,
bienhumorado, achacaba a timidez la
huraña conducta del sirviente.
En
tanto estos triviales hechos domésticos
tenían lugar, el escultor, sin decirle
nada a su huéspeda, hizo unas discretas
averiguaciones referentes a la situación
actual del poeta, cuya peripecia había
dejado de ser la noticia del día en
la corte de Weimar. De esta suerte,
y en el transcurso de dos semanas,
pudo enterarse de algunas cosas, aunque
muy escasas... y francamente alarmantes.
Wilhelm
von Reisenbach permanecía incomunicado
en la fortaleza, lo que él no llegó
a saber si preso en las mazmorras
o en la celda que compartiera con
Liesel. “¿Incomunicado?”, se preguntó,
¿de quién?, ya que nadie había, fuera
de la pobre niña, que quisiera tener
contacto con el recluso... Y verdad
grande era ésta, pues los poderosos
que hubieran podido ayudarle parecían
haberle olvidado por completo.
La
otra información, que le agradó aun
menos que la precedente, fue que empezaba
a correr el disparatado rumor de que
von Reisenbach era un depravado invertido,
ya que la historia de la fatídica
noche que irrumpieron los militares
en su celda, se había dispersado como
un reguero de pólvora convenientemente
deformada, y eso era muy peligroso
dadas las circunstancias, porque si
un Wilhelm von Reisenbach don Juan
era disculpable, no así lo resultaba
el reverso de la medalla ya que podía
acarrearle muchos sinsabores en la
hipócrita sociedad dentro la cual
vivían, desde un rechazo que equivalía
al ostracismo más vergonzante, hasta
el favor indeseado de ciertos influyentes
personajes de ambiguas tendencias.
No cabía duda de que el duque de Alt-burg
se había ido al infierno en la plena
convicción de haber satisfecho cumplidamente
su venganza.
En
vista de todo lo cual, monsieur Dorigny
prefirió callar lo que sabía, antes
que comunicarle semejantes primicias
a la ignorante Liesel quien daba la
sensación de vivir en un estado de
bienaventuranza continúo esperando
cualquier tipo de infundado milagro,
como si la intensidad de su amor pudiese
mover montañas, pero la ansiada respuesta
a la carta en la que tantas ilusiones
se habían cifrado, no llegaba. Entonces
Dorigny comenzó a hacerle apuntes
para tenerla entretenida, apuntes
que no robaba a su trabajo para la
duquesa ya que ésta, entusiasmada
con los primeros bocetos del grupo
escultórico que le había encargado,
pretendía unos cuantos más para otros
tantos rincones de sus jardines y
parques, lo que no había dejado de
llenar de contento al artista porque
eso significaba que su estancia se
alargaría más de lo previsto y ciertamente
que no le molestaba el hecho puesto
que favorecía a su bolsa y a su reputación
y vivir en Weimar era un regalo del
cielo; entre otros talentos de la
época, Goethe había fijado allí su
residencia y Dorigny no ignoraba que
el ilustre autor del Werther,
había mencionado en alguna tertulia,
que tendría sumo placer en conocerle,
deseo que constituía todo un honor
y también una valiosa carta de recomendación,
¿para qué negarlo?
La
tardanza en llegar la misiva de Wilhelm
hizo que Liesel empezase a dar muestras
de inquietud y nerviosismo y a exteriorizar
manifestaciones de salud que si no
preocuparon demasiado a Philippe-Lucien
en un principio, pues era consciente
de la tensión que sufría la muchacha,
más adelante sí, sobre todo, cuando,
al final arribó la tan ansiada respuesta
del prisionero de Wolkenbruch.
Llegó
el esperado correo en un día gris
y lluvioso, muy acorde para con las
noticias que venían. Liesel lo recibió
en el salón de manos de un Antoine
más hosco que de costumbre, y como
por la hora, después de comer, el
escultor y ella se hallaban de amable
tertulia, Philippe-Lucien fue testigo
de todo lo que sucedería a continuación
pues ella no permitió que él se retirase
discretamente; tan emocionada y temblorosa
estaba que no quiso quedarse a solas
por temor a desmayarse de felicidad
en el transcurso de su lectura.
La
misiva decía así:
“Mi
muy amada Liesel: Te agradezco tu
carta que ha sido un bálsamo para
mi corazón. Me alegro que estés bien
y bajo la protección de tan digno
caballero, monsieur Philippe-Lucien
Dorigny, a quien el hado colme de
venturas por su magnanimidad para
con mi pequeña Liesel.
De
la otra noticia que mencionabas en
tu carta, me enteré, pero tarde, como
ya supondrás.
Me
conmueve que te compares con una cierva
herida. Amor mío, eres maravillosa
y no dejo de pensar en ti, y en lo
felices que hemos sido en un tiempo
pasado que ya parece tan distante.
Liesel, te amo y te amaré toda mi
vida, por siempre y para siempre,
sea cual sea el destino que se me
tenga reservado, pues antes, tenlo
presente, no hubo ninguna que fuese
merecedora de mi amor, ninguna, ninguna,
ninguna.
Vernos,
¡ay amada mía, cuánto daría yo por
que nos pudiéramos ver y hablar siquiera
media hora!, mas por el momento ello
no es posible. Permanezco incomunicado
y no veo a otras personas que no sean
mis carceleros y de vez en cuando
al comandante, como hace unos momentos
al traerme él personalmente tu carta
que respondo deprisa pues el correo
espera.
Liesel,
ten paciencia, las personas inocentes
disponen del más alto valedor en el
Omnipotente y sé que Él no nos va
a abandonar; transcurra el tiempo
que transcurra finalmente resplandecerá
la justicia y de nuevo podremos estar
juntos para siempre.
Te
amo, te amo, te amo...
Tuyo,
Wilhelm”
Liesel,
cuyo rostro había pasado del éxtasis
al comienzo de la lectura hasta la
progresiva decepción, estalló en estremecedores
sollozos soltando la carta que hubiera
caído al pavimento de no apresurarse
a recogerla un turbado Philippe-Lucien,
quien, sin saber de su contenido,
se lo imaginaba al ir contemplando
el paso de la luz a la sombra en aquel
rostro adorable.
-¿Malas
noticias?
Liesel
se derrumbó en su sillón sollozando
convulsivamente.
-¡No
puedo ir a verle, está incomunicado!
-¿Pero
él está bien?
-¡Está
incomunicado, está incomunicado! –gimió
Liesel repitiendo las mismas palabras
con desesperación, y Dorigny se preguntó
contrito si no hubiera sido mejor
irla preparando poco a poco ya que
a la fin y a la postre tenía que enterarse
algún día.
-Eso
no quiere decir nada, querida amiga,
la incomunicación no es más que un
castigo temporal, no lo van a tener
incomunicado siempre...
-¡Ni
siquiera me dice como van sus asuntos,
porque no deben ir de ninguna manera,
incomunicado significa sin movimiento,
que todo permanece estancado!
Philippe-Lucien
dejó la carta sobre un mueble y se
acercó a ella.
-Os
prometo que llamaré a cuantas puertas
sea preciso para que este absurdo
confinamiento deje de serlo.
Ella
le miró desconsolada a través de sus
lágrimas.
-¿Lo
haréis por Wilhelm?
-Lo
haré por vos, porque no deseo veros
sufrir de esta manera.
-Él
sufre mucho más que yo, monsieur Dorigny,
preso, sin poder escribir, enjaulado
como una alimaña... ¡Oh, santa Madre
de Dios!
El
escultor, llevado de la emoción del
momento, se postró a sus pies cogiéndole
ambas manos.
-¡Os
doy mi palabra de honor que sacaré
a von Reisenbach de la fortaleza de
Wolkenbruch, aunque sea lo último
que haga en mi vida!
Liesel
iluminó con una sonrisa su desolada
expresión.
-¡Gracias,
señor, gracias!
Dorigny
cubrió de besos las manos que retenía,
pero Liesel, inmersa en su profundo
dolor, no pudo darse cuenta de que
semejantes muestras de afecto, eran
demasiado apasionadas para venir de
un simple amigo.
Sigue...