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La que no dio muestras de sentirse en absoluto inquieta, ni tan siquiera impresionada, fue Liesel cuando Philippe-Lucien le comunicó la noticia, lo que no dejó de asombrar al escultor; la madre de un príncipe reinante, regente a su vez del pequeño estado durante muchos años, mujer además de gran carácter y todavía con poderes ilimitados, no era persona a la que pudiera considerarse a la ligera si te concedía el honor de una invitación, y por unos momentos temió que la joven iba a salirle con alguna de sus excentricidades, de aquellas a las que últimamente era tan aficionada. Pero no; aparte de aceptar esa invitación como el que está acostumbrado a ellas, Liesel no demostró un interés especial; su rostro conservaba la misma placidez de siempre que ni siquiera una convocatoria ducal pudo alterar, y Dorigny pensó que en qué tipo de universo viven las embarazadas al mostrarse tan indiferentes en ocasiones.

Liesel sólo quiso saber:

-¿Para qué desea verme su alteza?

-Para conoceros, según parece le han hablado mucho de vos.

-¿Sabe que soy Frau von Reisenbach?

-Por descontado.

Ella tuvo una extraña sonrisa que no iba dirigida a nadie, y repuso:

-Es un gran honor- pero después cambió de tema tranquilamente.

A la tarde siguiente y a la hora convenida, vino del palacio de la duquesa la carroza que conduciría a la muchacha a su presencia, y Philippe-Lucien Dorigny se quedó muy inquieto, temiendo que aquella niña, indiferente al gran honor que se le hacia, acabase de arruinar una mínima esperanza. Antes de partir, no obstante, ya le había advertido que fuese muy discreta en sus respuestas, y que si Wilhelm era mencionado, él sabía que sí lo sería, no hiciera una defensa encarnizada de la obra de teatro que lo había llevado a Wolkenbruch, que no le revelara a la duquesa su pasado de criada, y, sobre todas las cosas, que no le confiase que ella y el poeta no estaban casados. “Esto es fundamental, le aconsejó bastante nervioso; recordad en todo momento, que, siendo su esposa, la duquesa madre siempre os mirará con benevolencia... De lo contrario no seréis para ella más que una... Bueno, ya sabéis a lo que me refiero.”

Liesel dijo que sí con la cabeza y abandonó el pabellón caminando como si flotara en campos de bienaventuranza.

Dos horas después, cuando Dorigny se encontraba ya al borde de su resistencia nerviosa, regresó la muchacha tan serena y tranquila como se fuera. El escultor le preguntó sin ningún tipo de preámbulos, e incluso con la voz algo temblorosa:

-¿Qué ha sucedido?

Liesel empezaba a quitarse parsimoniosamente los guantes y le miró con aire distraído.

-¿Suceder?, nada... Su alteza es una persona encantadora, muy amable... Se ha portado conmigo como una madre, mejor que la mía desde luego... Sabía mucho de nosotros, de Wilhelm y de mí, incluso lo que pasó aquella noche, supongo que el duque de Alt-burg debió propalar el rumor, y al peguntarme si era cierto, le conté lo sucedido, de cómo usurpé el papel de criado pudiendo así introducirme en la fortaleza, y ella lo encontró muy romántico, luego rió y me dijo que los hombres son bastante torpes, que no ven más allá de sus narices, y que nosotras tenemos más temple que ellos... En todo momento estuvo muy cariñosa conmigo y cuando le dije que me encontraba encinta me abrazó con lágrimas en los ojos y me dio un beso en la frente para proponerme a continuación que si yo aceptaba me cedería unas habitaciones en uno de sus palacios para que transcurriera allí el resto del embarazo, atendida por sirvientas de la corte y por su propio médico.

Liesel dejó los guantes sobre una silla y empezó a desatarse la capa; Philippe-Lucien la contemplaba atónito.

-Y vos... ¿aceptasteis?

Por primera vez la joven dio señales de animación, ya que al parecer, halló divertida la pregunta.

-¡Oh, no claro que no!; le expliqué que os considero como a un padre y que estoy muy bien aquí con vos, que no necesito ningún palacio para vivir y que ya tengo mi propio médico, Herr Kaufmann.

Philippe-Lucien se sentó porque las piernas dejaron de sostenerle.

-¿Qué le habéis dicho a la duquesa Anna Amalia, princesa de Braunschweig-Wolfenbüttel, que no necesitabais nada de lo que tan graciosamente os estaba ofreciendo?

Liesel le contempló con un amago de sorpresa en su plácido semblante.

-Sí, claro... Y ella lo ha entendido perfectamente, es muy comprensiva; me ha besado de nuevo y me ha dicho que ojalá el Señor me conserve siempre así... Luego hemos hablado de muchas más cosas y al despedirnos, me ha rogado que le envíe un ejemplar de la obra de teatro...

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Philippe-Lucien.

-Pero, esa obra...

-Yo la rescaté de un escondrijo antes de abandonar Alt-burg, y en todo este tiempo la he estado pasando en limpio, me falta muy poco para terminar su copia, y cuando esté lista se la mandaré... ¿Señor, podríais llamar a Antoine, si sois tan amable, para que me trajese un vaso de agua?

Por supuesto que monsieur Philippe-Lucien Dorigny no pudo negarse a hacer lo que tan dulcemente se le pedía.

Sigue...

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