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Transcurridos unos días, la duquesa Anna Amalia fue a visitar en persona a Frau von Reisenbach, cogió en sus brazos al niño y le dijo a la feliz madre que nunca había visto a un recién nacido tan guapo.

Luego fueron los amigos que habían hecho en Weimar quienes mandaron a sus esposas y mil y un delicados presentes tanto para Liesel como para su hijo. Dorigny, allí a donde fuese, recibía constantes enhorabuenas como si del padre se tratara, situación que le producía bastante melestar porque no se le escapaba que muchos creían que en efecto, tratábase del verdadero progenitor, aunque tanto él y Liesel fueran morenos y la criatura rubia como el oro. Sin embargo, Philippe-Lucien no olvidaba cual era su parte en aquel drama, y por ello se apresuró a escribir una carta al prisionero en la que le anunciaba el nacimiento de su hijo.

Carta que obraría unos singulares efectos en el poeta, y cuyos exactos resultado conocerían dos meses después, cuando Wilhelm von Reisenbach fuera puesto en libertad.

En la época en la cual se desarrolla nuestra historia, las noticias se trasladaban lentamente de un lugar para otro, y de tal manera, cuando llegaba la esperada misiva, o el viajero portador de nuevas, los hechos podían muy bien ya no ser los mismos, o haberse ido desenvolviendo de manera diferente a la explicada en la epístola anterior, por ello, no es de extrañar que cuando, a finales de agosto, en el pabellón de Weimar se recibieran dos cartas, una dirigida a Liesel y la otra a monsieur Philippe-Lucien Dorigny artista escultor, lo que en ambas iba escrito nublase por completo el horizonte de la joven, que esperaba reunirse con su amado en la ciudad que tan hospitalariamente la había acogido, y llenase de desconcierto al artista.

La carta destinada a Philippe-Lucien decía así:

“Noble amigo: Con el corazón sangrante os escribo estas letras. Por fin ya estoy en libertad, presumo que gracias a la intercesión de muy altas entidades que tienen que ver con Weimar, y desde luego, y siempre, con quienes en esa bendita capital de la cultura, me aman. Esta noticia es motivo de dicha, no lo niego, ya que no puedo ser tan ingrato que no sepa apreciar los esfuerzos que en esa se han realizado por mí, pero el reverso de la medalla es muy distinto, y de ello quiero hablaros en tanto mi pulso se mantenga firme y el llanto no ciegue mis ojos, pues lo que he de confiaros es muy doloroso para mí.

Vos sabéis, y ella también, que amo a Liesel sobre todas las cosas, y que nunca amaré a ninguna otra mujer como a mi pequeña, que amo indiscutiblemente a mi hijo, al que ya conozco gracias a la miniatura que tuvisteis la bondad de enviarmeme, pero... y aquí es cuando mi atribulado corazón se desgarra y sangra, no puedo reunirme con ellos en Weimar, bastante daño he ocasionado en sus vidas para ahora rematarlo con el regreso del vencido, pobre ser atormentado por sus miserias pasadas. Pues, ¿quién soy yo sino un deshecho de la sociedad, un hombre marcado para siempre, un hombre que arrastra el estigma de viles acusaciones que han sido perdonadas mas no esclarecidas? El príncipe no me ha rehabilitado, me ha desterrado, y tal destierro es una afrenta a mi honorabilidad, porque ¿quién no me contemplará con la duda eterna de dilucidar si obré o no como un traidor a mi patria, como un revolucionario desalmado, como un irresponsable agente de agitación y disturbios? Voltaire y Rousseau obraron de buena fe, mas contemplad ahora los resultados en vuestro hermoso país, donde la sagrada legitimidad de un soberano se cuestiona en su forma de gobernar, cuando el rey es siempre el padre de la patria y por ella vela?

Empero, no es mi deseo derivar hacia otros derroteros, que no son los que nos ocupan, y he de ser breve ya que lo que tengo que deciros es para mí mucho peor que el propio destierro y mi buen nombre en entredicho.

Ignoro aún a dónde se dirigirán mis pasos, posiblemente saldré de las tierras de habla alemana, ya que no pdemos mencionar a una nación del mismo nombre, tal vez regrese a Suecia o vaya a Dinamarca, o... no lo sé, no lo sé. En estos momentos incluso desconozco cómo habré de ganarme el sustento, ¡el favor de los poderosos es tan tornadizo!, y no quiero convertirme en el dramaturgo de una compañía ambulante de cómicos; carezco de la grandeza de Shakespeare, quien lo hacía para vivir antes de que su genio le colocase en el lugar que merece... Tal vez vuelva a dar clases, no lo sé, no lo sé...

Según podéis comprender a través de mis palabras, no puedo, honrosamente, ni siquiera mantener a una familia, a mi mujer y a mi hijo bienamados, ellos, que en la actualidad disfrutan de una existencia regalada en Weimar. Si yo no pensase que no estoy a su altura, una esposa amante y fiel, un hijo que necesita de un padre, ¿creéis que os pediría lo que en estos momentos voy a hacer?

Philippe-Lucien Dorigny, vos y yo somos hombres de honor y, por tanto os hago un ruego en el que se cifra ya toda mi única ventura, y no os lo haría de no saber perfectamente que mi petición no va a caer en terreno baldío.

Monsieur Dorigny, vos amáis a Liesel... No, no lo neguéis, la luz se hizo en mi mente después que os fuisteis de Wolkenbruch; un prisionero dispone de la eternidad para pensar y así pues, durante mucho tiempo reflexioné basándome en el análisis de vuestras palabras, de vuestra expresión, que se transfiguraban cuando mencionabais a la madre de mi hijo... La amáis porque sólo un enamorado sin esperanza, al mismo tiempo irreprochable caballero, sería capaz de haberse sacrificado tanto por la esposa de otro hombre... Liesel me escribió como en el momento supremo del parto vos estuvisteis a su lado confortándola en el trance, lugar que era mío por derecho y que ella os suplicó que ocuparais ya que yo no estaba. Bien sabéis que carece de familia pues perdió toda conexión con ellos hace años, y para ella representáis un hermano o, mejor aun, un padre, tal me confió en su misiva con la habitual sinceridad que la caracteriza, pues bien, señor, abandonemos lazos fraternos o filiales, y convertiros en su marido, el mejor esposo que mi pequeña Liesel pueda tener, alguien que la adora igual que yo, y sed un padre para mi hijo, vuestro a partir de ahora, porque no hay en el mundo hombre que pueda superaros en grandeza de sentimientos. Y no os preocupéis si ella no os corresponde al principio, no sería Liesel si lo hiciera, dejad que el tiempo transcurra, y vuestra hombría de bien la conquistará; ahora es madre y los romanticismos del primer amor deben quedar atrás.

Os entrego lo que más amo en la vida, a mi esposa y a mi hijo, y no sufráis por si a ella la acusan de bigamia. Nos casamos en Grünstein, un pueblecito diminuto cuya iglesia ardió al mes de nuestra boda secreta muriendo el párroco de dolor a causa del suceso, ya que su corazón no pudo resistirlo. Con ello quiero deciros que no se conservan papeles que confirmen el matrimonio y por este motivo, a ojos de la sociedad siempre reglamentada por leyes absurdas, no podemos estar casados, o sea, ella es libre, preguntad a un sacerdote si tenéis dudas y veréis como me da la razón. Por lo demás no temáis al escándalo que esa boda pueda conllevar, un hombre marcado como yo sólo inspira menosprecio y que su joven esposa deje de serlo por un azar del destino, complacerá a todos si, además, contrae matrimonio con un hombre tan digno como vos.

Me despido; ¿qué mas puedo agregar al epitafio de una existencia arruinada? Sed felices y olvidadme, es mejor para todos.

Vuestro afectísimo amigo y eterno deudor,

Wilhelm von Reisenbach.”

Sigue...

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