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KIOTO

El Protocolo de Kioto es una buena propuesta que ofrece soluciones a un problema que ya viene de antiguo; no es nuevo que la contaminación provocada por el ser humano ha llevado a nuestro planeta a una situación que podemos llamar desesperada sin temor a incurrir en catastrofismos; no hay más que comprobar como anda la meteorología de revuelta; tenemos tornados donde antes nunca los hubiera, y la desertización de la Tierra ha dejado de ser una amenaza de ciencia-ficción para convertirse en una realidad imparable porque se talan y queman bosques de manera irresponsable o para hacer negocios muy satisfactorios.

En los años 50 empezó a hablarse del problema y, lógicamente, nadie se detuvo en tomarlo en consideración, se habló incluso de una hipotética primavera silenciosa en la que las flores no serían fecundadas por los insectos porque éstos habrían muerto, ¡se habló de tantas cosas!...

Lo malo es que nadie hizo caso porque se suponía que esos desastres nunca iban a llegar a convertirse en realidad al ser demasiado absurdos, coco de niños pequeños... Bueno, pues han llegado, y ante el riesgo inminente, capa de ozono hecha jirones, un efecto invernadero real con el aumento de las temperaturas, el deshielo de los polos, y la contaminación marina debida a vertidos que exterminan, surge el Protocolo de Kioto que en lugar de ser recibido por quien debe y a quien corresponde, con los brazos abiertos, es leído con lupa por muchos que se empeñan en minimizar los riesgos de una política medioambiental llevada de una tibia manera durante todos estos años, al achacar el problema a cambios climáticos cíclicos.

Y lo malo es que tal actitud continúa. Se habla de colonizar Marte habilitándolo previamente con pinos terrestres... ¿Para qué?; esta solución que pretende convertir el suelo marciano en tierra de promisión me recuerda a esas familias -sí, existen-, quienes destrozando por desidia la casa en la que viven, y echando a perder el jardín que las rodea por lo mismo, se cambian a otra nueva ya que les repugna la basura que han creado y, desde luego, no piensan vivir en medio de “eso”.

¿Para qué?,repito, ¿para volver por los mismos fueros transformando el planeta Marte en un muladar?

¡Un poco de respeto por el medio ambiente, señores!, y recuerden algo en lo que no han caído en cuenta: que la Naturaleza posee la gran facultad de regenerarse ya que no le importa que transcurran cien años o diez mil; ella sabe y puede esperar, pero nosotros no, nosotros que no vamos a vivir diez mil años, y desde luego, mucho menos nuestros descendientes.

© Estrella Cardona Gamio 20.2.2005

 

 

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