El rostro de aquellos protagonistas de la historia a quienes conocemos físicamente a través de cuadros, dibujos o esculturas, suele no ser exacto la mayoría de las veces, y con Mozart no tenía porque ser diferente ya que si bien abundan los retratos que se le hicieron, empezando, como no podía ser de otro modo, desde su infancia, sólo dos o tres son los auténticos repartidos entre sus años infantiles y en la edad adulta. Comencemos
por el último retrato fidedigno que se le hizo en vida y que a semejanza
de su Réquiem quedo inacabado, este retrato es obra del pintor Joseph
Lange, cuñado suyo al casarse con la hermana de Constanza, Aloysia Weber
–el primer amor de Wolfgang-. Referente al citado cuadro existe un comentario
de Constanza que afirmaba “que tenía un gran parecido mucho más fiel
que el grabado”, habiendo sido éste realizado por Doris Stock con anterioridad.
También se habló, como modelo, de una reproducción hecha en cera por
un artista berlinés y que Constanza aseguraba era un Pero el retrato que ha pasado a la posteridad casi como la imagen oficial de Wolfgang Amadeus Mozart, es sin duda el que pintó la pintora Bárbara Krafft por encargo en 1819, veintiocho años después de su muerte, y en el que se basó en dos cuadros que la hermana de Mozart, Nannerl, le prestó de buena gana para que copiase sus rasgos, el antes mencionado de Joseph Lange y otro que se les pintó en 1780 a su hermana, a su padre y a él junto al teclado. Entonces Mozart contaba veinticuatro años. En cuanto al mejor retrato En cuanto a las descripciones escritas que de él se hicieron en su tiempo por quienes le trataron, hermana, esposa y amigos, sabemos que era menudo de estatura, más bien de complexión débil, muy pálido de piel, que poseía unos grandes ojos -detalle que se aprecia en el retrato de Greuze-, y una abundante cabellera natural –de pequeño casi siempre posó con peluca-, de pelo muy fino, de la que estaba infantilmente orgulloso. |