Últimamente,
los medios de comunicación, vienen divulgando una campaña
destinada a alertar sobre los peligros del alcohol. En ella
se reconoce ya que el alcohol es una droga dura, que no se
trata de un vicio vergonzante sino una enfermedad y muy grave.
Si tenemos presente que el
alcohólico nace y no se hace, es decir, que la persona
lo lleva dentro, que es una enfermedad, que es genético
y por ello hereditario –esto, refrendado por las estadísticas,
que luego han venido a apoyar investigaciones médicas–,
lo más importante es no llevar a nadie, a temprana
edad, a su descubrimiento, o sea que no es recomendable iniciar
a los niños en su consumo, inducidos por el erróneo
pensamiento de que: "el vino da sangre, el vino da fuerza,
el vino abre el apetito", e incluso, "el vino ayuda
a hacer la digestión".
A nadie le agrada el que le
señalen como alcohólico ni en el seno familiar
es plato favorito tener algún pariente directo que
lo sea, pero fingir y encubrir, o decirse a uno mismo "que
no pasa nada, que sólo son unos vinos que han caído
mal", es la táctica del avestruz.
Existen tres clases de personas
bebedoras de alcohol: el bebedor social, que no es alcohólico,
pues se toma unas copas pero no reincide en su abuso, el bebedor
fuerte, que no es alcohólico pero que puede ingerir
grandes cantidades de alcohol y que en cuanto su salud se
resiente y con ello su entorno, se detiene, y el bebedor compulsivo,
el auténtico alcohólico, que apenas prueba el
alcohol sigue bebiendo a todas horas porque le es imposible
dejarlo.
Es inexacta la afirmación
de que a un alcohólico le empuja a la bebida cualquier
problema, ya que para el alcohólico tanto disgustos
como alegrías le inducen a beber; son su justificación
a la bebida.
Se dice que Edgar Allan Poe
se dio a ella después de la muerte de su esposa Virginia,
pero eso no es cierto; él ya era genéticamente
alcohólico y los sufrimientos vividos no fueron sino
la excusa oficial para justificar una enfermedad que entonces
no recibía este nombre, y aun hoy en muchos casos,
tampoco.
Tenemos también al jovencísimo
poeta Rimbaud que solamente tuvo cuatro años de actividad
poética, desde los catorce hasta los diez y ocho, regados
por el alcohol al que añadió otras substancias
en compañía de Verlaine.
A Fernando Pessoa, cuyo final
fue muy similar al de Poe: cirrosis, delirium tremens y muerte.
A la novelista alcohólica
Carson McCullers.
A Ernest Hemmingway y su reconocida
dependencia alcohólica.
A Dashiell Hammett, uno de
los "padres" de la novela negra norteamericana.
A James Ellroy, a quien la
literatura salvó de morir por causa del alcoholismo
heredado de su padre. También en su caso, en apariencia,
el desencadenante fue el salvaje asesinato de su madre que
le ha traumatizado para siempre desde la infancia.
Y aunque cronológicamente
no le pertenezca el último lugar de esta breve lista,
R.L. Stevenson fue un gran bebedor, hasta el punto que minutos
antes de caer fulminado por el ataque de apoplejía
que le condujo a la tumba, llevaba una botella de vino en
su mano.
Precisamente es Stevenson a
quien debemos una descripción en primera persona de
lo que puede ser el alcoholismo ya que en su novela, "El
extraño caso del Doctor Jekyll y Mister Hyde"
el más célebre estudio literario de un desdoblamiento
de personalidad física y mental que refleja magistralmente
la transformación absoluta a la que fuerza el alcohol,
nos describe como las buenas personas se llegan a convertir
en monstruos reales tanto para los demás como para
ellos mismos, ya que si en el alcohólico en activo
su único amor es la botella, su única razón
de ser y de vivir, ni padres, ni hermanos, ni esposas, ni
maridos, ni hijos, para el doctor Jekyll la pócima
milagrera se convierte en su exclusiva pasión hasta
que, ya definitivamente Hyde, un breve instante de lucidez
le hace acabar con su propia existencia, lleno de horror ante
el engendro en el que ha degenerado.
Si releemos atentamente esta
novela corta de Stevenson, descubriremos en boca del doctor
Jekyll, los eternos razonamientos de cualquier alcohólico:
"Para tranquilizarte,
te diré una cosa: puedo deshacerme de mister Hyde en
el momento que lo desee. Te doy mi palabra al respecto y te
lo agradezco nuevamente."
(Y en su descripción
de los efectos de la pócima)
"Fui presa de los más
terribles tormentos: un crujir de huesos, una náusea
mortal y un horror del espíritu que no podría
ser superado ni en la misma hora del nacimiento o de la muerte.
Esta agonía pronto empezó a pasar, y, como quien
sale de una grave enfermedad, me fui recobrando. Había
algo nuevo en mis sensaciones, algo indescriptiblemente nuevo
y, a causa de esta misma novedad, increíblemente dulce.
Me sentía más joven, más ligero, más
feliz en lo físico; interiormente, tenía conciencia
de una fuerte temeridad, en mi imaginación se atropellaban
desordenadas imágenes sensuales, los lazos del deber
se aflojaban y experimentaba un desconocido, pero no inocente,
sentimiento de libertad en el alma."
Por último transcribo
este fragmento, singularmente revelador, en la obra de Stevenson:
"No creo que cuando un
alcohólico razona consigo mismo acerca de su vida tenga
conciencia de los peligros a los que se expone su embrutecedora
insensibilidad física."
Todo esto nos lleva a una reflexión,
ya que hablamos de literatura, y es que el alcohol no es,
entre otras muchas cosas, fuente que inspire, ni nunca lo
ha sido y creerlo constituye un grave error puesto que induce
a muchos escritores noveles a confundir los términos
suponiendo que cuanto más borracho se esté mucho
mejor se escribirá, leyenda que hay que erradicar;
el alcohol destruye el cerebro a menos que se pare a tiempo;
todos estos escritores mencionados no fueron geniales por
causa del alcohol sino a pesar de él ya que habrían
sido muchísimo mejores sin semejante dependencia, empezando
por sus propias vidas que no hubieran conocido el infierno.
© 2007 Estrella
Cardona Gamio
19.8. 2007