Se
reunieron de nuevo a la hora
de la comida, lo cual sorprendió
a Liesel, mas Wilhelm permaneció
extrañamente silencioso, y después
de comer desapareció escaleras
arriba con el pretexto del trabajo.
La joven, al quedar sola, y
como su tarea no era urgente
y disponía de la mayor libertad
de movimientos, decidió dar
un paseo hasta la fuente del
jardín, o, mejor dicho, el manantial
que tanto le había ponderado
von Reisenbach la noche anterior.
Al
pasar frente al ventanal de
la biblioteca, aunque de lejos,
pudo ver su rubia cabeza inclinada
sobre lo que debía estar escribiendo,
cosa que le hizo sonreír con
cierta tristeza al pensar que
el trabajo era para él lo primero
y que podría pasarse la vida
entera inclinado sobre una mesa
dejando que los días de sol
y cielo azul desfilaran frente
a su ventana sin más, viviendo
muchas vidas ajenas, pero no
la suya en plenitud.
El
rumor del manantial fue su guía
a través de los vericuetos del
jardín, y cuando llegó al calvero
en donde la naturaleza había
decidido que estuviera la fuente,
comprobó admirada como el caballero
no había mentido en su descripción
del lugar, lo que no le había
dicho es que el agua formaba
una especie de embalse de escasa
profundidad, aunque más grande
de lo normal, de aguas muy limpias
y húmedas orillas en las que,
efectivamente, la hierba crecía
entre pulidos guijarros. Se
adivinaba que el fondo era blando
pese a algunas piedras, y que,
por serlo, debía absorber el
agua que sin cesar manaba por
entre las rocas, una especie
de túmulo gris verdoso sin artificio
alguno. El aire, cálido en aquellas
primeras horas de la tarde,
era ya prácticamente veraniego,
y pues apetecía disfrutar de
la frescura de la fuente, del
apacible colorido verde que
la circuía, Liesel tomó asiento
en el banco rústico que allí
fuese colocado como público
de no se sabe qué invisible
espectáculo.
Sentada
en el banco, permaneció por
lo menos durante hora y media
dejándose llevar por la tranquilidad
y belleza del ambiente, sin
pensar apenas, fluyendo ella
misma como el agua del manantial,
confundida en su rumor. Volaban
algunas mariposas, zumbaban
abejas y todo invitaba a la
somnolencia, pero Liesel no
se durmió prefiriendo contemplar
el diminuto escenario que tanta
paz traía a su espíritu.
Al
cabo decidió regresar al pabellón
reclamada por su tarea cotidiana.
Ignoraba si el poeta quería
que copiase el libro completo
de cuentos, pero como no le
había hecho observación alguna
al respecto –aún no había tenido
ocasión de corregirle nada-,
era de suponer que deseaba que
continuase, aunque en cierto
modo no dejaba de ser razonable;
él estaba escribiendo su obra
de teatro y de ahí a que diera
por terminados actos o escenas,
en la primera conversación sobre
el tema se había tomado la molestia
de explicarle las diferencias,
daba la impresión de que iba
a transcurrir algún tiempo y
bueno era practicar en el entretanto.
Al
levantarse para marchar, lanzó
una mirada de despedida a la
fuente y a la pequeña laguna
formada bajo ella. Estaba tan
cerca del agua que podía verse
reflejada de cuerpo entero y
con la mayor claridad. Semejaba
una aparición, rosa sobre verde;
le dieron ganas de descalzarse
y caminar dentro del agua, pero
hubiera tenido que quitarse
las medias de seda y con el
impedimento de aquellas faldas
tan amplias, hubiera representado
más que nada un engorro muy
grande. Dio media vuelta y ya
se alejaba, cuando le asaltó
el pensamiento de que, puesto
la estación lo permitía, tal
vez no fuese mala idea la de
escaparse un día muy temprano,
y, con sus vulgares ropas de
criada, venir al manantial para
darse un baño. El fondo no debía
llegar ni al metro y medio en
su parte más honda, por lo que
no corría ningún peligro y siempre
sería muy agradable sumergirse
en aquellas aguas tan limpias.
Sí, lo haría, tal vez a la mañana
siguiente, o a la otra. El lugar
era resguardado y no existía
riesgo de ser sorprendida por
nadie, pensó inocentemente.