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A estos hechos sucedió una semana maravillosa, en la que ambos se olvidaron hasta de que existía el duque de Alt-burg, por no mencionar ya a Rosina desaparecida de sus vidas como si sólo hubiera sido un espectro. Los dos enamorados se habían descubierto en una faceta distinta y aquel constituía un nuevo mundo por explorar, ya que no se trataba sólo de dos cuerpos que se unían; se trataba de dos almas que se estaban convirtiendo en una, y eso, verdaderamente, era el triunfo del amor.

Curiosamente para Wilhelm, todo empezaba de cero con aquel inesperado enamoramiento por parte suya; Liesel era la primera mujer virgen con la que había estado, y al descubrir cuan suya era por esta causa, establecido el contraste con la actriz y con todas sus anteriores amantes, al aquilatar en profundidad la entrega y la sinceridad de la joven, apreció lo que significaba su iniciativa hacia ella, pues si hasta el momento, con otras, se había limitado a dejarse amar sin poner de su parte más que un esfuerzo que era reflejo de la estimulación recibida, pero en el que brillaba la ausencia de todo sentimiento afectivo, comprendió al fin que, en ese deseo suyo hacia Liesel, existía algo más que la simple apetencia de un cuerpo hermoso, adolescente e inexperto que él podía instruir a su gusto. La niña, su niña, era un remanso de paz, la puerta de la casa al final del camino, y era suya, suya por completo ya que nunca antes había pertenecido a nadie.

La misma madrugada de su reconciliación tuvo lugar el milagro, pues, aunque durmieron juntos, sabedores de que la servidumbre no les molestaría por la mañana, no se entregaron a ningún tipo de transporte amatorio; tal vez las tensiones vividas durante aquella velada memorable, tal vez el no considerar Wilhelm que después de lo manipulado por Rosina, debía la ignorante Liesel recibirle como si nada hubiera sucedido, impidieron sus acostumbradas expansiones, el caso es que la muchacha lo agradeció sin comentarios, y mientras le decía “buenas noches” cuando ya comenzaba a salir el sol, quedándose confiadamente dormida con la cabeza apoyada en su hombro, el caballero pensó al cabo de unos minutos de reposo, que aquella nueva experiencia constituía un descubrimiento delicioso, y se dijo de buen humor que ya parecía un hombre casado con todo lo que ello entrañaba, ternura y afecto, estabilidad... Sin lugar a dudas, y como bien hubiera dicho Philippe-Lucien Dorigny, von Reisenbach vivía en el lindo mundo de las utopías.

Nadie les molestó aquella semana; llegaban los presentes del duque como siempre, pero su señoría no les hizo el honor de una visita, ni les invitó de nuevo, atenciones que ambos no echaron en falta precisamente. Transcurrida la semana recibieron una misiva de Emil Konrad en la cual les notificaba que iba a ausentarse unos días, pero que luego estaría de nuevo de regreso y que, a su vuelta, hablarían ya en serio de cuando podrían empezar los ensayos, cosa que llenó de alegría Wilhelm, quien le dijo muy contento a Liesel, que apenas la obra fuese estrenada, ellos dos marcharían a Weimar a visitar al escultor francés.

-¡Se lo prometí! –exclamó feliz- Ya verás que ciudad más encantadora, pequeña; en ella se respira la cultura, y la madre del príncipe heredero, la duquesa Anna Amalia, princesa de Brannschweig-Wolfenbüttel, es una mujer extraordinaria, gran amante de las artes, además de poseer ideas muy avanzadas... Con un poco de suerte, si la obra tiene éxito, tal vez pueda representarla en el teatro de una de sus residencias de verano, lo que sería para mi carrera algo muy importante, ¿no te parece?

Lo que a Liesel le pareciese carecía de importancia para ella, porque lo único que le interesaba a la muchacha era el que ambos estuvieran juntos, tanto daba en un palacio como en una choza, juntos y dichosos sin fantasmas ni sombras que se interpusieran, eso era lo que verdaderamente contaba; el resto resultaba accesorio, sólo el complemento, igual que los adornos encima de los muebles de una habitación.

Habían transcurrido tres días desde la partida del duque, cuando una tarde en la que después de comer Wilhelm se retiró a la biblioteca para seguir escribiendo ya que la obra teatral estaba llegando a su fin, y Liesel decidió dar un corto paseo por el parque que en las postrimerías del mes de agosto se mostraba en todo su esplendor, alguien extraño a ellos, al pabellón e incluso a Alt-burg, llamó a las puertas de su santuario.

Liesel hallábase un poco alejada y no se enteró de nada hasta que, al regresar, tropezó con Otto quien precisamente andaba en su búsqueda.

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