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Mis libros en papel...

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Por la tarde de aquel mismo día, Liesel se trasladó a la morada del escultor con gran sentimiento por parte del conde von Stadthof quien contaba con disfrutar unas semanas de la compañía de la esposa de poeta tan insigne, para lucirla en sociedad en ausencia de su propia cónyuge. No obstante, pues no le quedaba otro remedio, la despidió con mil protestas de amistad y el caballeresco ofrecimiento de que podía disponer de él para cuanto necesitase. Agradecióselo Frau von Reisenbach con la más encantadora de sus sonrisas y Klaus Andreas se quedó pensando filosóficamente que la existencia de los artistas podía ofrecer muchas compensaciones pese a vivir siempre a remolque de protectores y mecenas, o si no que se lo preguntaran a Philippe-Lucien Dorigny a quien los lazos de la amistad habían convertido en anfitrión de tan deliciosa huésped... Aunque a saber, a saber, si la dama y Dorigny no se llevaban entre manos otros asuntos, ya que la desvalida esposa de un marido encarcelado, máxime si era tan joven y bella, resultaba proclive a dejarse consolar con harta presteza por un fraternal amigo de toda confianza.

Philippe-Lucien sólo tenía a su servicio al viejo criado que le franquease el umbral a Liesel. Un hombre celoso de su cargo y que, prácticamente, era el fámulo vitalicio del escultor ya que estaba con él desde hacía muchos años; se llamaba Antoine y no vio con muy buenos ojos la intromisión de aquella jovencita tan guapa, además esposa de un reo, en la vida de su amo, vida hasta el presente sin demasiadas complicaciones en cuanto a mujeres se refiere ya que monsieur Dorigny no era de los que se dejan engatusar con las artimañas femeninas pues afortunadamente él sólo amaba el arte mientras que en su existencia cada una de “ellas”  no habían pasado de encarnar un momento de inspiración.

Liesel se instaló de nuevo en otro pabellón y como no se trataba de mujer a quien gustase la ociosidad, decidió pasar en limpio de nuevo la obra de teatro que tantos sinsabores había traído a sus vidas, pues cuantas más copias hubieran más se podrían salvar en caso de que fueran proscritas si alguien se enteraba de su existencia.

La misma noche en que ya pernoctó en casa de Dorigny, procedió a desatar con sumo cuidado la cinta que sujetaba el voluminoso legajo y a continuación lo extendió sobre su cama que es en donde estaba sentada para realizar la operación, descubriendo entonces unas cinco hojas sueltas que no pertenecían a la obra teatral y que llevaban por título La cierva herida, sorprendida lo ojeó pudiendo comprobar que se trataba de un poema, y como Wilhelm acostumbraba a poner la fecha cada vez que empezaba algo, se percató de que había sido escrito la misma noche que llegaron a Alt-burg, lo que la sumió en un marasmo de profunda nostalgia, leyéndolo después atentamente. La historia de la cierva era lo suficientemente lacrimógena como para desatar su fácil llanto pese al desenlace feliz con que el poeta había decidido transformar la idea original, y Liesel lloró acongojada por los sufrimientos del animal ya que el poeta lo había decidido así. Pero entre las lágrimas, y al llegar a la palabra Fin, advirtió una especie de garabato rápido que ocupaba el ángulo inferior derecho de la página y como no lo descifraba bien, acercó la hoja a la luz del candelabro descubriendo con estupor que se trataba de su propio perfil dibujado de un solo trazo... y volvió a llorar pero esta vez no fue por la cierva herida sino por ella misma. Se derrumbó de espaldas sobre el lecho abrazando amorosamente los pliegos del poema en tanto las lágrimas se deslizaban por sus sienes, y pensó que era únicamente aquello lo que le quedaba de Wilhelm Von Reisenbach, papeles escritos, su obra y nada más, pues el amado de su corazón estaba muy lejos y sólo el Cielo sabía en que penosas condiciones.

-Ésto es lo que me queda de ti –suspiró-, frágiles papeles expuestos a cualquier tipo de destrucción. 

Pero se equivocaba.

Decidida a corresponder a las bondades del escultor, a la mañana siguiente, y puesto que era madrugadora, se reunió en el desayuno con un sorprendido Dorigny, diciéndole que en cuanto él quisiera se hallaba dispuesta a posar como modelo. Philippe la contempló con ternura mal encubierta porque todo en la joven inclinaba a que se la mirase de aquella forma; era tan dulce, tan amable... tan bonita y se hallaba tan desvalida en el mundo... Philippe-Lucien la imaginó barriendo, fregando suelos, cocinando, acarreando agua, lavando la ropa en el río, y se dijo que cuán injusto era el destino que permitía que existieran gentes buenas y dignas malviviendo de aquella manera, y ahora ella pretendía pagar su deuda de hospedaje.

-Os lo agradezco, pero hoy es imposible ya que tengo otras cosas que hacer relacionadas con la obra motivo del encargo de la duquesa madre. Empezaré a dibujaros la semana que viene, lo cual significa que vais a tener ocho días para vos, para estar tranquila y descansar, y sobre todo reponeros de los malos momentos pasados, ya que vuestro semblante los acusa.

-Gracias, monsieur Dorigny, pero... –vaciló- Disculpadme si os enojo, pero ¿podríais encontrar algún medio para que yo hiciera llegar a manos del caballero von Reisenbach, una carta?; al parecer eso no se lo habían prohibido, recibir y contestar, ¿podríais?...

Frente a aquella carita casi infantil y aquellos ojos inmensos de color castaño que le contemplaban esperanzados con la mayor confianza, Philippe-Lucien cayó en la cuenta de lo difícil que iba a ser a partir de entonces mantenerse en su postura de benefactor altruista.

-Naturalmente, Liesel, por supuesto que puedo hacerlo, nada más fácil. Escribidla cuando queráis y la haremos llegar a su destino.

El rostro de Liesel resplandeció de alegría.

-¡Dios os bendiga señor!

Muy turbado, Philippe hizo un gesto con la mano restándole importancia al hecho.

-Nada, nada, es un placer ayudaros... Y hablando de otra cosa, ¿cómo os encontráis?

-Oh, bien –manifestó la muchacha con indiferencia puesto que se hablaba de ella y eso no era importante-, he descansado muy bien esta noche y me encuentro perfectamente, el saberme en una casa respetable y bajo vuestra generosa protección, desvanece todas mis angustias.

-Lo celebro, lo celebro –repuso nervioso Philippe-Lucien-. Y ahora, si me dispensáis, marcho a mi taller en donde me aguarda el trabajo cotidiano. Escribid la carta, y esta misma tarde enviaremos ese correo.

Liesel asintió contenta; con gusto le hubiera besado la mano, tan agradecida sentíase, mas se contuvo porque era de comprender que al escultor le cohibieran tales demostraciones.

Poco tiempo después, la joven, recluida en su dormitorio, se ponía a escribir una carta que rehizo varias veces porque no se le ocultaba que cuanto dijera, antes que Wilhelm, lo leería el comandante de la fortaleza.

“Mi amado esposo: Tenéis que saber que mi estancia en el castillo de Alt-burg duró menos tiempo del previsto, ya que su señoría el duque, falleció inesperadamente en un accidente de caza cuando se festejaban los esponsales del  heredero del príncipe nuestro señor.

A raíz de tan triste acontecimiento, decidí emprender viaje con fin de visitar a nuestro común buen amigo el escultor monsieur Philippe-Lucien Dorigny, que reside en Weimar, como bien sabéis, trabajando en una obra para los jardines de la duquesa Anna Amalia. Así pues me hallo instalada en tan bella ciudad en donde pasaré quizás varios meses descansando, aunque lo que más desee en este mundo sea el ir a visitaros a Wolkenbruch, si os autorizan a recibir la visita de vuestra esposa. Cada noche, en mis oraciones, le ruego al Señor que me conceda el poder convertir este anhelo en realidad y que pronto pueda veros y abrazaros.

Mi pensamiento está puesto en vos día y noche y muchas veces me comparo con una cierva herida que yace en un rincón del bosque solitaria y temerosa.

Monsieur Dorigny me ha rogado que os trasmita sus saludos, yo a mi vez os pido que saludéis en mi nombre al señor comandante.

Me despido de vos, esposo mío, vuestra, que os adora,

Liesel.”

Había renunciado al tuteo por considerarlo demasiado personal pues no quería que ojos ajenos recorrieran aquellas líneas violando aún más su intimidad, pero, al utilizar las artimañas empleadas en toda época represora, tuvo la astucia de referirse a la cierva herida con unas líneas del poema, así Wilhelm sabría que ella lo había leído y lo que eso significaba: que su obra teatral se hallaba a salvo.

“Bueno, ya está”, suspiró mientras lacraba el pliego; había procurado explicarle muchas cosas con la mayor discreción posible y el lenguaje más inofensivo, ahora dependía del comandante de la fortaleza, von Engelhardt, el demostrar benevolencia a su petición.

Sigue...

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