No
fue hasta febrero que Philippe-Lucien
pudo emprender el viaje postergado
por las inclemencias del tiempo, unos
días de cielo azul y sol que se bastaron
para dulcificar la temperatura y fundir
el hielo, le dieron a entender que
debía aprovechar la bonanza y acudir
de una vez a la ya inaplazable cita
que se había propuesto. Contaba con
la autorización del comandante para
visitar a von Reisenbach y la duquesa
no había tenido inconveniente en concederle
unas jornadas de descanso en su trabajo
para que el escultor cumpliese con
la promesa que a sí mismo se había
hecho.
Antes
de emprender viaje le comunicó a Liesel,
ya en su quinto mes de embarazo, y
por tanto, pesada e indolente, a lo
que iba.
-Debo
ver a vuestro Wilhelm, amiga mía...
Han transcurrido muchos meses y, aunque
las cartas que le enviáis son un bálsamo
para su soledad, es de imaginar que
la visita de un viejo conocido, será
muy bien recibida por él, máxime cuando,
como ya sabemos, pronto, por fin,
tendrá lugar el juicio.
Una
Liesel de tobillos hinchados, le escuchaba
tendida lánguidamente en un cómodo
diván. Su maternidad deformaba ya
aquel talle estrecho en otro tiempo
y los pechos se desbordaban opulentos
bajo la tela de su vestido, tenía
expresión de cansancio en el rostro,
mas la tristeza había desaparecido
de él gracias a las continuos desvelos
de Philippe-Lucien, quien temiendo
un pernicioso ataque de melancolía,
había hecho todo lo posible en aquellos
dos meses, para que la joven no enfermase
por esa causa.
-Sois
muy bueno, señor- manifestó ella con
dulzura-, siempre pensáis en los demás
antes que en vos... No os he traído
más que problemas y quebraderos de
cabeza, y nunca ha habido un reproche
en vuestros labios... Verdaderamente
no merezco tantas atenciones... Vos,
la duquesa... ¡Ojalá salga Wilhelm
en breve de la prisión y os lo pueda
agradecer personalmente!
Dorigny
besó su mano.
-Nada
hay que agradecer, la satisfacción
del deber cumplido es la mejor de
las recompensas.
-¿Deber?-
se extrañó ella- No tenéis contraído
ningún deber para conmigo, monsieur;
todo lo hacéis por la bondad de vuestro
corazón, igual que la duquesa.
Philippe-Lucien
bajó la vista temeroso de que sus
ojos le delatasen; en él no había
bondad sino amor, un profundo amor
sin esperanza por aquella muchacha
encantadora y tan desgraciada, un
amor que tal vez comenzase la fatídica
noche de Alt-burg y que se había ido
desarrollando poco a poco a través
de los innumerables días pasados junto
a ella. Si el escultor los contaba
uno por uno, podía comprobar que sobrepasaban
en número a los que vivieron juntos
los dos amantes y, entonces, pensaba
fieramente celoso que ella era más
suya que de Wilhelm von Reisenbach,
mas luego el arrebato pasaba quedando
la realidad de que Liesel nunca amaría
a otro hombre que no fuese el poeta,
y puesto que en Dorigny no existía
vileza alguna, nada haría para que
cambiase la situación.
-No
me idealicéis, Liesel, sólo soy un
hombre.
Ella
le contempló con simpatía y sonrió
amable.
-¿Nunca
os habéis enamorado, monsieur Dorigny?-preguntó
de improviso con esa inconsciente
crueldad de la extrema juventud que
piensa que cualquier persona que haya
sobrepasado los 40 años nació ya vieja.
Philippe-Lucien
se quedó sin saber que decir, tan
desprevenido le cogió la pregunta.
-Una
vez -repuso al cabo-, hace mucho tiempo,
tanto, que vos no habíais nacido aún.
La
joven se mostró interesada.
-¿Y
qué sucedió?, porque vos nunca os
habéis casado.
Dorigny
se puso serio.
-Éramos
muy jóvenes, de distinta clase social...
y a ella la obligaron a contraer matrimonio
con otro...
-¡Oh!
–exclamó Liesel entrelazando las manos-
¡Qué triste, siento mucho mi indiscreción,
no debía de haberos preguntado nada,
perdonadme!
Él
sonrió forzadamente.
-No
hay nada que perdonar, aquello sucedió
hace muchísimos años.
-¿Y
nunca más habéis vuelto a enamoraros?
Philippe
pensó con amarga ironía que el hijo
de Liesel iba a ser una persona muy
curiosa y tenaz.
-¿Después?,
sólo una vez, pero... ese amor jamás
tuvo posibilidades de vida.
Liesel
suspiró pesarosa, bien ajena al tormento
que había desencadenado en el corazón
del escultor.
-Lamento
traer tan tristes recuerdos a vuestra
memoria. Os doy mi palabra de que
nunca volveré a mencionar este asunto.
“Mejor
así, pensó Philippe-Lucien, porque
no sé si hubiera podido resistir el
interrogatorio por más tiempo.”
A
la mañana siguiente, monsieur Dorigny,
partió muy temprano rumbo al vecino
estado en donde se hallaba la fortaleza
de Wolkenbruch, portador de una nueva
carta de Liesel para Wilhelm von Reisenbach,
en sus oídos, las últimas palabras
de la joven, con el encargo de que
le diese al poeta un fuerte abrazo
de parte suya, recomendación que le
hizo sonreír no sin cierta melancolía.
Fueron
varios días de un viaje bastante incómodo,
pero al final divisó Wolkenbruch en
lo alto de la montaña, agazapado como
sombría rapaz sobre su nido, y con
uno de los tantos ríos alemanes fluyendo
plateado en el fondo del valle, entonces
supo que se acercaba el instante del
encuentro.
Franz
Theodor von Engelhardt le esperaba,
considerablemente animado ante la
visita de escultor tan famoso, dispensándole
por esta causa, un recibimiento de
lo más cordial y en el que casi se
excusó por tener prisionero a von
Reisenbach.
-Han
sido unos meses terribles para él,
como comprenderéis. La orden de incomunicación
nos la trajo el duque de Alt-burg
en persona, pues venía de la corte
y era una encomienda del propio príncipe...
Cuando supo que Frau von Reisenbach
estaba aquí, primero se quedó muy
sorprendido, yo diría que desagradablemente,
y le comprendí porque el lugar no
era apropiado para una dama, mas luego
pareció alegrarse de haber llegado
tan oportunamente, ya que se la llevó
consigo, no sin antes recomendarme
que fuese muy estricto con el prisionero...
–su frente se ensombreció- Lo tuve
que encerrar en una mazmorra y quitarle
hasta los libros, castigos que me
dolieron en el alma, ya que nunca
he considerado, de mi para vos que
sois hombre de honor, que su culpa
fuese tan punible. Empero, hice lo
posible que estuvo en mi mano, para
suavizar la severidad de aquellas
órdenes, y os advierto que me jugaba
mucho en ello pues cada día mi barbero
descendía al calabozo a afeitarle,
yo mismo le visitaba una vez por semana
bajo excusa de inspección e incluso
le permití recibir la carta de su
esposa y darle respuesta, eso por
no mencionar ya, que, en un par de
ocasiones ordené al médico de la fortaleza
que le visitase... Más me fue imposible
hacer en su favor; de haber trascendido
mi buena disposición, yo también hubiera
sido castigado, lo comprendéis, ¿no
es cierto?
-Por
entero, comandante von Engelhardt,
y en nombre de la esposa del prisionero
y en el mío propio, como amigo de
la familia, os lo agradecemos infinitamente;
sois en verdad un alma noble.
Franz
Theodor sonrió aliviado al escuchar
aquellas palabras.
-Siempre
intento obrar con justicia, monsieur
Dorigny... Creo, permitidme la pedantería,
que si tratamos con un hombre al que
se admira a través de su obra, algo
se sabe de él por medio de la misma;
somos amigos silenciosos porque hemos
llegado al fondo de su pensamiento
y de su alma y ciertamente le conocemos...
Wilhelm von Reisenbach es para mí
un libro abierto, uno de mis libros
favoritos, y toda una vida castrense
no puede evitar que le admire... e
intente ayudarle en la medida de mis
posibilidades.
-Os
asiste toda la razón, mas decidme,
por favor, ¿cómo lleva su desventura
el poeta?
-Podéis
imaginarlo caballero –repuso expresivo
el comandante-; al principio, y después
de la visita que recibió del duque
su protector, pareció sufrir un ataque
de locura, no porque le confinásemos
en un calabozo oscuro y dentro del
más profundo aislamiento, sino, infiero,
por algo que hubo de decirle el duque
de Alt-burg; tan grande era su desesperación
que providencialmente pudimos detenerle
antes de que se abriese la cabeza
contra el muro de la mazmorra, por
lo cual hubo que maniatarle y así
permaneció varios días hasta que me
dio su palabra de honor de que no
intentaría suicidarse de nuevo. Después
cayó en una abulia peligrosa de la
que empezó a recuperarse en cuanto
recibió la primera carta de su esposa,
y, como afortunadamente antes de Navidad
se recibió la contraorden de su alteza
en la cual se le levantaba el rigor
de la pena, pudiendo de nuevo el reo
volver a sus antiguos aposentos, entre
esto y las cartas de Frau von Reisenbach,
parece que actualmente se halla mucho
mejor de ánimo.
Philippe-Lucien
frunció el ceño preocupado.
Sigue...