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-¿Se sabe algo del juicio pendiente?

-Lo siguen estudiando, y supongo que dentro de unos meses sabremos a que atenernos.

Monsieur Dorigny se quedó muy pensativo por cuanto acababa de escuchar y se alegró de que a Liesel le hubiera sido imposible ir, porque las noticias la hubiesen arrastrado a ella también a la desesperación, ya que otro nuevo problema surgía de todo lo expuesto.

El comandante mandó llevar a su despacho al reo y tuvo la inestimable bondad de dejarles a solas a los dos.

Al penetrar Wilhelm en la pieza, el escultor se quedó muy afectado pues aquel hombre no parecía el mismo a quien conociera durante una velada en Alt-burg. Delgado, demacrado, con los ojos hundidos y opacos y un gesto de abatimiento total que aplastaba sus hombros, en poco recordaba al galán culpable de una noche dividida entre el compromiso con su nueva amante y su abandono al placer entre las manos de Rosina. Experimentando una profunda piedad por aquella sombra de quien en otro tiempo fuera el apuesto, utópico y satisfecho Wilhelm von Reisenbach, Philippe-Lucien se apresuró a abrazarle calurosamente, diciéndole acto seguido, mientras procuraba contener su emoción:

-Este abrazo os lo envía Liesel, me ha recomendado encarecidamente que os lo dijera.

Los tristes ojos del poeta se animaron con un brillo febril al escuchar el nombre de su amada, y agarrándole por los hombros, casi zarandeó al bueno de Dorigmy.

-¡En nombre de Dios decidme, porque vos debéis saberlo, ¿consiguió sus propósitos el duque de Alt-burg?!

Aunque Philippe-Lucien no era tonto, fingió serlo para ganar tiempo.

-¿Sus propósitos?

Wilhelm le soltó empezando a pasear por el despacho como una fiera enjaulada.

-¡Me dijo que –hablaba agitadamente- convertiría a Liesel en su amante, que ella caería en sus brazos para vengarse de mí una vez él le descubriese que la duquesa cometió adulterio conmigo!... Decidme, Dorigny, ¿consiguió sus propósitos?

El escultor le contemplaba estupefacto ante la inesperada revelación, mucho más elocuente de lo que a primera vista pudiera parecer, pero se sobrepuso enseguida.

-Calmaos, amigo mío, tanta excitación no puede ser buena... Liesel no sucumbió a ninguna asechanza del duque... no porque él no lo intentara, pero no sucumbió.

-Entonces, ¿ella sabe... ?

Su interlocutor no estaba enterado de aquel turbio asunto, los amores del poeta y la duquesa, pero, aunque no le sorprendieron, dedujo que si Liesel no se lo había contado podía ser debido a dos cosas: o bien que los ignoraba, o que prefirió silenciarlos para no enlodar aún más el nombre de von Reisenbach.

-Nunca me ha dicho nada al respecto.

Wilhelm se detuvo en sus paseos, y le miró con expresión de loco.

-¡Juradme por vuestro honor que no me engañáis!

-Os doy mi palabra, caballero, de que no miento –repuso alarmado Philippe ante el inesperado cariz que estaban tomando los acontecimientos.

Wilhelm se mesó los cabellos y de súbito, derrumbándose sobre una butaca, echóse a llorar desconsoladamente.

-¡Si supierais –exclamó entre sollozos-, si supierais lo desgraciado que he sido todos estos meses creyendo leer, a través de sus líneas, encubiertos reproches!

Philippe-Lucien se le acercó, intentando consolarle.

-Comprendo que el aislamiento y la soledad os hayan trastornado el juicio, pero no hasta el extremo de que desconfiéis de la mujer que os ama con una fidelidad inquebrantable, y para quien vos sois el centro de todos sus pensamientos, una mujer admirable que antes moriría que entregarse a otro hombre, y menos por venganza... ¿Cómo podéis suponer, ni tan siquiera, que ella no sea sincera a través de sus cartas, cómo podéis imaginar que dé a sus palabras otro significado diferente al que pueda leerse a simple vista?... Recobrad la sensatez, amigo mío; deplorable es vuestro confinamiento, pero no lo agravéis más todavía con fantasmas absurdos.

-¿Por qué no ha venido ella?- inquirió el poeta con ojos febriles.

-Os lo dijo ya en una de sus cartas, los caminos están nevados y el viaje es muy incómodo. Con este tiempo desapacible, no pretenderéis exponerla a una tormenta de nieve en descampado. No es que ella no quiera venir, es que no puede y en cuanto el tiempo mejore, aquí la tendréis.

Wilhelm se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano y de nuevo pareció caer en un desánimo profundo.

-Soy muy egoísta, monsieur Dorigny, pero es que me estoy muriendo por dentro. Mi vida se acabó el día que entré en Wolkenbruch, pero yo no lo sabía, confiaba en el duque, confiaba en mi buena estrella, tenía a Liesel, a mi pequeña, a mí adorada Liesel... Ahora ya no tengo nada, no tengo nada, ni siquiera inspiración para escribir, pues no me dejan hacerlo... En estas condiciones, mi existencia es tan miserable que si la muerte viniera la recibiría gozoso como a una amante.

-Von Reisenbach, os estáis desmoronando, ¿por qué hoy, que vengo a visitaros, que os traigo noticias de Liesel y una carta suya?, ¿por qué hoy que puede ser un día de dicha para vos?... Recapacitad, pues dentro de la amargura en la cual se ha convertido vuestra existencia, la esperanza aún no se ha perdido.

Wilhelm levantóse yendo hacia la ventana a contemplar, sin ver, el paisaje de los bosques y campos lejanos.

-Me estoy portando abominablemente, lo sé... Si supierais con cuanto anhelo aguardaba el momento de vuestra visita, creía incluso que era feliz en esa espera; un amigo iba a venir a verme, iba a tener noticias recientes del exterior, me ibais a hablar de Liesel, a contarme como está, que hace... Mi terrible, mi angustiosa duda, sería disipada... para bien o para mal... Toda mi locura, todos mis celos, disimulados siempre a través de las cartas, fingiendo una normalidad que estaba muy lejos de experimentar, mortificándome la conciencia por mi pasada conducta, todo, en suma, torturándome como el mundo que sustentaba Atlas sobre sus espaldas... ¡Ah, Dorigny, el hado os libre de caer en prisión; no sabéis lo horrible que es disponer de la jornada entera sin nada que hacer más que pensar y pensar, es para ir volviéndose loco a cada nuevo minuto que transcurre! 

El escultor, muy afectado, quiso decir algo pero Wilhelm se volvió bruscamente y dirigiéndose a él intentó sonreír consiguiendo nada más que una patética mueca.

-Esa carta que Liesel me anunció traeríais, ¿podéis dármela?

Philippe-Lucien asintió en silencio entregándosela y luego apartóse discretamente, a mirar también él por la ventana un paisaje en el que no reparó.

Al cabo fue Wilhelm quien acercándosele, posó la mano en el hombro del escultor. Su voz, ahora extrañamente serena, le sorprendió a éste.

-Liesel me dice que está esperando un hijo.

Philippe-Lucien se giró en redondo, quedando cara a cara con el prisionero. Ella nada le había insinuado, pero no resultaba difícil de imaginar que debió intuir que él estaba dispuesto a contarle la verdad a Wilhelm, y se le anticipó, tal vez aprovechando la coyuntura de que Dorigny podría razonar con von Reisenbach en caso de que éste se alterase demasiado.

-Sí, vuestro hijo.

El rostro de Wilhelm era espejo de encontradas emociones, pero, milagrosamente, ninguna de ellas peligrosa.

-¿Cuándo nacerá?

-El doctor Kaufmann asegura que el alumbramiento puede tener lugar entre finales de mayo o principios de junio.

-¿Ella se encuentra bien?

-Perfectamente, y ésta es la verdadera razón por la cual no ha venido a veros; en su estado no podía afrontar el viaje.

-¡Necio de mí, mil veces necio –se increpó con furioso el poeta-, y yo que achacaba a desamor su ausencia! ¿Cómo he podido ser tan ciego?... ¿Por qué no me lo dijo antes?- quiso saber de pronto enarcando el ceño.

Philippe-Lucien meditó un segundo la respuesta y decidió mentir en evitación de otros males.

 

Sigue...

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